2 min read

Conocimientos, p19, Aroldo Suazo, 1952

empezaba el frío leve del otoño, y ya había aprendido a desvanecerme en la cadencia de mis pasos sobre esos senderos perdidos en el manto verde que cubre las bases de las montañas con píceas, abetos, y pinos.
Conocimientos, p19, Aroldo Suazo, 1952
Alce comiendo a la orilla de un lago a la base de una montaña.
Fue durante una tarde de magia;
caminaba, solo, en una de las partes más apacibles y bellas de Las Rocosas, en el sureste de Los Estados Unidos, durante uno de mis viajes montaña adentro;
abundan los alces por allí, y de repente me los encontraba a las orillas de lagos alpinos disfrutando del sol, de la existencia, y del mismo infinito que compartíamos, mientras yo, todavía enredado, no sabía cómo lo hacían.
empezaba el frío leve del otoño, y ya había aprendido a desvanecerme en la cadencia de mis pasos sobre esos senderos perdidos en el manto verde que cubre las bases de las montañas con píceas, abetos, y pinos.
también me perdía en el ardor seco y tenue del frío sobre mis manos y cara que me obligaba a sentir mi piel: esa frontera fría, que de un momento a otro pasó a sentirse como un manto ligero sobre un sistema diminuto que se abría paso dentro de la gran conglomeración de vida en aquel bosque sin fin.
allí lo vi todo; lo sentí, “El Todo.” Fue cuando, por fin, después de años de búsqueda me encontré de tope al gran sistema: a Dios, llamémosle, y ahora se me hace imposible el no verlo en absolutamente todo.
caminaba y con cada paso bajo la sombra de los pinos acechaba a una imagen, que también me acechaba a mi: lo diminuto que era yo en ese gran manto verde.
Lo sentí, primero, como una visión que explotó dentro de mí, en la cual me preguntaba a cuanta altura sucumbiría todo mi ser a volverse nada más que un punto difuso en aquel gran bosque, como esos inmensos pinos valle abajo cuyos detalles ya no se veían.
el infinito nos da una perspectiva diferente desde una altura a la cual todavía no llegamos, pero es posible visualizar, y, aún mas importante, nos revela como parte de algun lugar de ese infinito: de esa cadena de perspectivas que existen de acuerdo a lo que podemos percibir: sistemas dentro del gran sistema infinito: Dios!
“Nada existe fuera del gran infinito,” resonaba en mi la voz de aquel joven maestro de cálculo que algún día tuve, y que también me decía que la matemática era el estudio de alguna de las superficies de Dios: el omnipresente... El infinito, y por fin, lo entendí en una tarde fría de otoño en un bosque.
Todo lo que existe pertenece al infinito celestial: todo es celestial! No nos queda más que amar.